1.1 HISTORIA


Tiene apenas el tamaño de un pulgar y parece una pieza de algún juego de mesa: un rectángulo de plástico transparente con una serie de puntos y líneas de colores, que son en realidad diminutos canales y receptáculos en el plástico donde depositar sustancias químicas al gusto. Pero no lo es. Se trata de una combinación de ciencia y arte. Se trata de un órgano humano en miniatura, o, mejor dicho, una interpretación. 

En el año 2010, el Instituto Wyss de Harvard publicó por primera vez un estudio sobre estos objetos, que llamó Organ-On-Chips. Son microchips de microfluídica, algo parecido a lo que utilizan las tecnológicas para construir el interior de nuestros ordenadores o smartphones, pero en vez de mover electrones en silicio, estos diminutos dispositivos mueven microscópicas cantidades de sustancias químicas a través de cultivos de células de pulmones, hígados, riñones o corazones.

Su objetivo es que la investigación biomédica sea más rápida y barata, reduciendo a su vez la necesidad de experimentar con animales. Gracias a estos chips de microfluídica, llamados así por las ínfimas cantidades de fluidos que se necesitan para experimentar con ellos, se pueden probar decenas de combinaciones de principios activos sobre casi cualquier tipo de célula enferma y observar la reacción que provocan, ajustando las dosis de cada uno y evitando efectos secundarios problemáticos, haciendo más eficaz la búsqueda de nuevos medicamentos. Claro que no servirán para sustituir las fases finales de los ensayos clínicos, pero serán muy útiles para acelerar y mejorar la eficiencia de las primeras.